El día de hoy retomamos nuevamente este blog, con
mayores ánimos y más temas a tratar. Quiero hoy compartir con ustedes lo que
desde la semana pasada tuve oportunidad de expresar en la columna que publique
en el Portal de La Silla Rola, titulada “No son 43”. En ese espacio tuve la
oportunidad de expresar mi consternación por la existencia de más víctimas de
la violencia en algunos estados del país.
Sin duda, el número 43 será tan inolvidable como el
68. Han sido ya muchos los levantamientos y las manifestaciones provocadas por
la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, esta cifra, que de acuerdo
con la numerología está relacionada con revoluciones sociales y con desorden
por insatisfacción de necesidades de comunicación a nivel colectivo, representa
a un porcentaje mínimo del total de víctimas del contexto violento en el que se
encuentra nuestro país.
Los movimientos sociales forjados en estas últimas
semanas en demanda de justicia para las 43 personas desaparecidas, son el
resultado de un hartazgo generalizado, que está dispersado en todo el
territorio nacional y en todos los estratos sociales. Esta problemática extendida,
que pareciera seguir creciendo, esta inmersa en una “cultura” de la violencia,
en la que la fuerza es utilizada como única herramienta capaz de resolver las diferencias
entre las personas y grupos sociales.
La violencia y la percepción que de ella tiene la
sociedad afectan el desarrollo humano e impiden un adecuado ejercicio de los
derechos humanos de toda persona. Rechazar la violencia y solucionar los
conflictos a través de una comunicación activa y directa entre los interesados
es uno de los objetivos de una cultura de paz, para la cual las autoridades a
todos los niveles deben trabajar.
Alcanzar una mejor calidad de vida, así como una
cultura de paz y de noviolencia puede
lograr reducir los costos económicos y políticos del uso de la fuerza y el
poder ilegítimos. Ahora bien, ¿cómo desaprender como sociedad las conductas y
valores violentos que de manera implícita y explícita se enseña en las
escuelas, calles y familias? y ¿cómo sustituir una “cultura” de la violencia
por una cultura de paz? La Declaración y el Programa de Acción sobre una
Cultura de Paz, emtidas por la Asamblea General de las Naciones Unidas, identifican
ocho ámbitos en los cuales debemos trabajar como sociedad para promover y
fomentar una cultura de paz, dentro de estos tienen un lugar significativo la
educación, el desarrollo de los derechos humanos y la participación democrática.
Adoptar una disciplina de apertura, paciencia,
compasión y flexibilidad hacia las posturas adversas a las propias, tal y como
Gandhi predicaba, es fundamental. Si bien hace falta mucho por hacer para
adquirir valores propios de una cultura de paz, existen avances significativos
por parte de la ciudadanía que se está organizando, y de algunas autoridades
que están atendiendo los reclamos sociales al entrar en diálogo directo con la
sociedad civil, como lo han procurado diversas dependencias e instituciones
como la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, la
Comisión Nacional de Derechos Humanos y la propia Universidad Autónoma de
Guerrero, por ejemplo.
Recurramos a la paz como método alternativo para
resolver nuestras necesidades de comunicación a nivel colectivo, y para
expresar nuestras exigencias como sociedad. Como ya decía Gandhi: “No hay
camino para la paz, la paz es el camino”. No son 43, son muchos más los heridos
en esta guerra de violencia. Exijamos justicia por el camino de la paz.
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